El día que Guille casi murió
La noche se presentaba calurosa y la luna alumbraba poco. Tomé mi bicicleta, llegué a Lote 4 y de ahí encaré hacia la barrera, pude ver con claridad el camino de tierra y piedritas por la linterna que llevaba en el manubrio hasta que finalmente descendí por la gloriosa bajada que me catapultaría a mi destino. No sabía dónde los encontraría, si a pocos metros o unos kilómetros, cerca de El Park, seguí pedaleando, y mientras me maquinaba en que quizás ya se habían ido del lugar porque tardé demasiado, llegué hasta donde estaban con sus machetes limpiando el camino que utilizamos a diario para llegar a Isla Nueve. Guillermo y Federico, mis amigos, eligieron la noche porque en Formosa estaba haciendo demasiado calor de siesta y de tarde (como siempre) pero la oscuridad también tenía un condimento molesto: los mosquitos. Cada machetazo implicaba que miles de “ñatys” salieran a alimentarse de nuestra sangre, y por más repelente que nos pusiéramos, seguíamos chillando. Fede me propus...